Destino
- Iván Vargas
- 27 jun
- 3 Min. de lectura
Los comentarios escritos son responsabilidad del autor y no significa la opinión del SICUPP.

Imagina matar accidentalmente a tu hermano, tener que salir huyendo de tu patria para después de mucho vagar ser acogido por un rey extranjero que te perdona, te resguarda y te confía la guardia de su hijo predilecto para terminar matando a éste, también sin querer.
Adrasto, hijo de Midas, nieto de Gordias, frigio de nacimiento, aparece en la historia como una víctima del destino, análogo quizá a Judas Iscariote y tantos otros forzados a interpretar su papel.
Heródoto no aclara cómo mata a su hermano, solo afirma que fue sin querer y por esto se exilia de su pueblo ante la inmensa vergüenza de saberse parricida. Al salir de Frigia acude a Sardes con el rey lidio Creso, quién lo perdona al saber que asesino a su hermano sin querer, sin dolo.

Lo purifica con ritos Lidios que según sabemos eran muy similares a los frigios y lo hospeda en su inmenso palacio, asegurándole todas las comodidades. Al mismo tiempo aparece en la tierra de los mysios un jabalí de proporciones titánicas que destruye sus cultivos sin que estos puedan hacer nada para cazarlo.
Acuden a Creso para pedir auxilio, pidiéndole que mande tropas, perros y a su hijo para que den caza al animal. Creso accede de buena gana pero se niega a enviar a su hijo pues anteriormente soñó que éste moría atravesado por una lanza.
A partir de entonces le prohíbe ir a cualquier batalla y en su loca paranoia incluso ordena quitar todas las armas colgadas en el palacio como adorno e intenta casarlo a toda costa para mantenerlo fuera del frente de batalla o cualquier otro conflicto que incluya armas.

El hijo, ávido de mostrar su gallardía, exige a su padre que le permita ir. Arguye que en el sueño de su padre muere atravesado por una lanza y un jabalí difícilmente podría matarlo con una lanza. Creso accede después de mucho titubear pero antes encarga la vida de su hijo a Adrasto, quien agradecido con el rey, promete dar su vida si es necesario para resguardarlo.
Parten a la tierra de los mysios y encuentran al inmenso animal que lucha ferozmente para salvar su vida. En medio de la revuelta Adrasto arroja una lanza con intención de matarlo pero ésta termina atravesando al hijo de Creso, cumpliendo así la fatídica premonición del sueño.
Al regresar ante el rey Adrasto se humilla, pide perdón y que le quiten la vida pues una inmensa vergüenza lo invade por haber traicionado (otra vez sin querer) la confianza de su protector. Creso inmerso en su dolor lo arresta pero después de un corto periodo de tiempo asume que Adrasto solo fue la mano ejecutora de una decisión tomada por los dioses, lo piensa como un mero instrumento del destino y decide perdonarlo.

Adrasto es liberado pero sintiéndose impropio de aquel perdón termina por darse muerte sobre la hoguera que incineraba los restos del hijo de Creso, con un cuchillo se degolla sobre el fuego. Este tipo de historias nos han hecho preguntarnos a través del tiempo si realmente somos dueños de nuestro destino o si solo hemos venido a representar un papel escrito previamente para nosotros.
Aquellos que creen en el destino argumentan que no hay escapatoria posible ante él, incluso pretender romperlo o intentar salir de él serían elementos contemplados en dicho destino. Los azarosos por otra parte, prefieren creer en la construcción propia y constante de su camino a través de sus hechos.
¿Qué es mejor, que es peor?, nadie lo sabe. No sé dónde guardar mi dolor, mi pena inmensa de saberme malvado
Commenti