LO QUE DEBERÍA DE SER... - Cuando la vejez nos alcanza
Cuando la vejez nos alcanza

Jorge Loureiro G.
Cada que vemos pasar nuestros recuerdos por la mente lo primero que pensamos,
sin dudarlo, es que ya vamos directo a la vejez.
Debemos aceptar que cada día que avanzamos en nuestros procesos biológicos y
psicológicos, nuestra mente y nuestro cuerpo quiere aferrarse más a una eterna juventud
pero, desgraciadamente, eso ni es así, ni es posible. Claro que duele darse cuenta cómo
poco a poco tenemos que adaptarnos a nuestras limitaciones, a esas barreras que el
tiempo va creando en nuestro entorno.
Pero llegar a viejo no es el problema, por lo menos para un servidor. El problema es cómo podemos y queremos pertenecer a un sistema social cada vez más indolente, indiferente e inconsciente respecto a la gente mayor, a la gente grande…a los viejitos. Nos damos cuenta que ser viejo ya está más relacionado con la forma de pensar y actuar que
tenemos hoy en día y respecto a las nuevas generaciones. La vejez ya no se refleja tanto
en los aspectos físicos, ahora tiene que ver más con la forma en que seguimos
observando el mundo.
No eres viejo ya por tener 60, 70 u 80 años. Lo eres porque probablemente quieres
sentirte así y quieres que las personas te vean así. Hay “viejitos” que hoy en día siguen
estudiando, trabajando, realizando sus sueños que han forjado desde que eran “jóvenes”
y que, a pesar del tiempo, su mente les permite tener sueños de superarse cada día más.
Si aplicamos el principio de que todo cambia al querer retrasar el envejecimiento, nos
daremos cuenta que con cambios saludables en algunos o muchos aspectos de la vida,
producirán efectos positivos en nuestro bienestar. Cuantas más cosas que nos dañan
podamos reemplazar, dar paso a otras positivas para la vida, mucho más se verá los
beneficios para nuestro cuerpo, las emociones y el espíritu. Cuando trabajamos en un
aspecto biológico del envejecimiento, podremos revertir casi todos los demás. Por
ejemplo, al mejorar la fuerza muscular aumenta la densidad ósea. Al mejorar la capacidad de entender, comprender y aceptar los cambios en nuestro entorno, mejora la función inmunológica.
Dejemos, por lo tanto, de preocuparnos por envejecer y mejor pensemos en crecer.
Nunca es tarde para poder aprender y lo que más debemos aprovechar es esa
experiencia que se obtiene y que nos permite mostrar lo mejor que tenemos. Lo ideal es
no desanimarnos por la edad ni por los años que llegan, hoy y siempre será un buen
tiempo para seguir creciendo.
“No mires al pasado con aflicción. Ya no vuelve. Sabiamente, mejora el presente. Es tuyo.
Ve al encuentro del sombrío futuro, sin miedo, y con un viril corazón”.
Henry Wadsworth Longfellow*