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Marginal

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He visto la muerte como un símbolo patético de hambre en los ojos del marginal que sin rumbo fijo deambula ignorado y harapiento entre los transeúntes hasta volverse un fantasma encarnado. Choca con el bullicio de cuerpos por las aceras pero no existe directamente en el ámbito social. No tiene voz, no tiene derechos, muchas veces ni siquiera un nombre.


Su cuerpo lacerado por cuchillos, puños, balas, violaciones, hambre, sed y frío, atestigua con cicatrices como inmensos mapas en relieve que lo recorren de arriba a abajo, las mil vicisitudes y adversidades de su sórdido y desolador tránsito por una vida sin techo ni cobija, sin compasión social o la más mínima empatía de sus congéneres.



Su olor nauseabundo a miseria y excrementos agravan su condición hasta degradarlo al asco general. Se le ignora hasta desdibujarlo de la realidad y cuando por algún motivo se materializa entre la multitud que por un momento lo observa, ésta lo hace solo para escupir y señalar su hedionda presencia que contamina y enrarece el aire.


Su mera existencia corrompe la armonía social, nos hecha en cara las deficiencias de un mundo en el que se te permite ser todo (violador, secuestrador, asesino…), menos pobre.



Su rostro dilapidado por el sol no alberga esperanza alguna y sus ojos son insondables cuencas vacías carentes de anhelos, esperanzas o sueños que perseguir; espejos de su hambre, odio y anhelos de muerte. Acurrucado entre los perros callejeros que no le desprecian, duerme su cabeza en narcóticos para ensoñar realidades que se antojan imposibles despierto.


Se mimetiza hasta volverse el alfa de la manada mientras lo siguen por las calles de la capital en busca de alguna detestada ración de comida medio podrida esperando en el fondo de algún basurero.


La autoridad es un constante peligro por los abusos, burlas y humillaciones que suelen ejercer en su contra y la cárcel nunca está demasiado lejos para los de su condición.



Su analfabetismo lo ha condenado a un mundo intelectual diminuto mientras la desnutrición le niega la concentración plena y la posibilidad de descifrar pensamientos abstractos de gran profundidad. Su nula comprensión de las cosas más elementales lo han reducido a ser un menor de edad intelectualmente hablando.


No sabe adónde terminarán sus huesos una vez que parta de este mundo y se le antoja pensar que, por una vez aunque sea, el estado se verá forzado a verlo para condenar sus restos a la fosa común. Lo piensa como su ultima venganza para una sociedad que lo detestó pero que está obligada a limpiar sus despojos.



Esta cruda problemática social siempre puede empeorar pero también mejorar, es imperativo hablar de ella y proponer soluciones prácticas en conjunto.


Resulta trágicamente irónico y anacrónico pensar que un mundo que desperdicia más del 20% de la comida que produce aún alberga ciudadanos que mueren de hambre. La empatía por el otro es un método efectivo para contrarrestar este problema y no exige un esfuerzo considerable, solo un cambio de actitud.

 
 
 

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