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MIRADOR LITERARIO - “Perfume de gardenias” y la isla del amor


Silvia Sánchez Flores


“Perfume de gardenias”, famoso bolero del compositor puertorriqueño Rafael Hernández, “El jibarito” (1891-1965), es estrenado en nuestro país por Margarita Romero en 1936. A partir de esa fecha ha sido interpretado por una significativa lista de cantantes que van desde Virginia López, Javier Solís, Alejandro Fernández, Rodrigo de la Cadena y muchos más; en cuanto a las agrupaciones, es altamente consolidada la interpretación que de ella hizo La Sonora Santanera en 1968, época en que sus presentaciones causaban furor en los salones de baile de la Ciudad de México; así mismo, no se puede soslayar el colosal estilo que le ha impreso La Arrolladora Banda el Limón, pues además forma parte del repertorio de su álbum “Tributo a la Internacional Sonora Santanera”.


Como se puede apreciar, “Perfume de gardenias” cuenta con 86 años de trayectoria, es célebre por excelencia y es considerada pieza importante en la historia del bolero en nuestro país. Es por ello que hoy quiero centrar mi comentario en la letra de tan singular canción; específicamente, en la parte donde se rescata una pequeña porción referente a la antigüedad clásica: “Tu cuerpo es una copia de Venus de Citeres”.


Citeres, Citera o Citerea son nombres asociados a Venus o Afrodita, diosa del amor y de la belleza. En primer orden, Citera es una isla griega ubicada en el Mar Jónico y hoy en día es considerada un atrayente sitio turístico; no obstante, en la mitología grecolatina la isla de Citeres constituía un lugar de veneración donde se le rendía culto a Venus. Llama la atención la analogía que hace el compositor con aquella deidad, al conferirle al cuerpo de la mujer, a quien se refiere en la letra de su canción, un importante parangón con la belleza y voluptuosidad que representaba la diosa griega: un cuerpo único, escultural y perpetuo que nadie posee, tan solo ella y que por eso la “envidian las [demás] mujeres cuando [la] ven pasar”.


En otro orden de ideas, en 1717, el pintor francés Antoine Watteau, dio a conocer su pintura “Peregrinación a la isla de Citera”, considerada como la más célebre de sus obras. Es un óleo sobre tela que mide 129 cm x 194 cm, pertenece al estilo Rococó y actualmente se exhibe en el Museo del Louvre, en París, Francia. En esta pintura del siglo XVIII se aprecia una escena cortesana donde varias parejas gozarán de momentos idílicos al emprender un viaje a la isla del amor, cuyo paisaje es exuberante, un locus amoenus que funge como el lugar idóneo para los placeres amorosos. En el cuadro puede percibirse también la estatua de piedra que representa a Venus como símbolo del erotismo o del amor carnal.


Finalmente, en 1861, en su poemario Las flores del mal, Charles Baudelaire retoma el tópico de Citere y nos presenta: “Un viaje a Citerea”. En este poema, sus versos aluden a su condición enfermiza y melancólica; el poeta es un doliente que clama por contemplar su corazón y su cuerpo “sin repugnancia”. Hace una invitación a la isla, pero su estado agónico lo alejan del disfrute: “¿Qué isla es ésta, triste y negra? –Es Citerea, (…) / El dorado banal de todos los galanes en el pasado.” También nos recuerda la esencia de la misma en épocas de placer: “–¡Isla de los dulces secretos y de los regocijos del corazón! De la antigua Venus, soberbio fantasma…” A su vez, Baudelaire deja un intersticio de esperanza para su corazón abatido cuando le confiere plenitud al lugar: “Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores abiertas, / Venerada eternamente por toda nación,…” Valora el sitio cuyo pasado esplendoroso lo animan a realizar el viaje, no obstante, vuelve decaer, para él “todo era negro y sangriento”, no logra encontrar lo que otros sí consiguieron, se siente frustrado y de nueva cuenta es poseído por la melancolía: “En tu isla, ¡oh Venus! No he hallado erguido / Más que un patíbulo simbólico del cual pendía mi imagen…”


No cabe duda que “Perfume de gardenias” es una canción portentosa cuya letra denota arte e historia, belleza y sensualidad, por ello duplica su valor, pues la colocan como una pieza musical “de místico candor”.


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