Sin forma ni fondo
Iván Vargas
El consumo frenético de productos innecesarios es un síntoma grave de ésta sociedad superflua y hedonista en la que todas las nociones de felicidad o éxito personal terminan en una tienda, un escaparate o en una cama. Imagen patética de un decadente tejido social compuesto por individuos sin centro ni identidad que los vuelve altamente manipulables para los fines comerciales de las empresas, mismas que aprovechan maquiavélicamente estas deficiencias para enriquecerse vendiendo productos a precios ridículos que el consumidor acepta y paga de buena gana en su (ridículo) afán de tasar y exhibir su valor social, todo en función de lo que valen los artículos que posee. Un círculo macabro que lejos de llevarlos a ser eso que sueñan, de paso y para colmo, los empobrece aún más.
Para dar un contexto preciso citaré a Prada, que vendió clips para hojas de papel por un valor de 185 dólares (más de 1,400 pesos mexicanos al cambio actual). ¡Un solo clip para papel! Es una mala broma en un mundo hambriento. Zara en 2020 llegó a un extremo risible al ofertar bolsas de mandado a precios estrafalarios por el mero hecho de publicitarlas bajo su marca. Los ejemplos son innumerables (Balenciaga, Rolex, Gucci, Dolce & Gabbana…) pero iPhone es quizá el ejemplo más claro y conocido por todos de este cínico abuso y malas prácticas, pues incrementa sus costos año con año sin que las modificaciones en sus equipos justifiquen ésta alza desmedida. Por si fuera poco y casi como una burla, el usuario encuentra que es prácticamente imposible reparar estos dispositivos, pues los costos de reparación muchas veces superan los de un equipo nuevo, por lo que es más fácil comprar otro que reparar el que ya se tiene; contribuyendo también al impacto negativo en el medio ambiente. Todo esto forma parte de la ya conocida y más que cuestionable práctica de la “Obsolescencia Programada” (tema que abordaremos en otra columna pues es extenso y de suma importancia), en la que las empresas generan productos de baja calidad (a propósito) con el fin de que el comprador siga consumiendo sin parar, pues los artículos cuentan con un tiempo de vida limitado, mismo que, casualmente y para beneficio de las propias empresas, suele terminar al culminar la garantía.
Con todo esto queda claro que el marketing, publicidad y técnicas de venta que utilizan estos emporios son deleznables, pero al mismo tiempo (lo digo con mucho pesar) altamente efectivos. Sin embargo, lo realmente preocupante es que la gente lo acepte abiertamente y con gusto. El consumidor también tiene su parte de culpa en todo esto pues basta que algo esté de moda para que la gente abarrote e incluso se
pelee por adquirir el bien o servicio en cuestión. Esto nos orilla a preguntarnos ¿por qué lo hacen? Una respuesta verosímil radica en qué la publicidad ataca nuestro inconsciente de forma poderosa, por más que no lo notemos, llevándonos a tomar decisiones por impulso más que por necesidad. Si a esto le sumamos que un niño promedio a los cinco años de su vida ha visto más publicidad de Coca Cola que el propio rostro de su madre, logramos entender un poco más a fondo este fenómeno.
Muchas veces la gente adquiere estos productos por mero estatus o cómo medio para comunicar algo a su entorno, no por su funcionalidad, poniendo su valía en estos productos. Actitud peligrosa y penosa pues revela una lamentable falta de identidad propia en el individuo, poca capacidad de reflexión y un deseo enorme de pertenecer, ser o aparentar lo que la sociedad impone como modelo, todo esto enmarcado en el frenesí absurdo del “Tú necesitas”. Nos hemos creído tanto está mentira que para muchos la felicidad es sinónimo de acumulación de bienes. Realidad atroz y pestilente que nos permite entrever qué para estás marcas los consumidores representan un sector menor de edad (intelectualmente hablando), pues son bastante fáciles de manipular en sus deseos, obsesiones y bajas pasiones, siempre en su beneficio. Si añadimos que muchas de estas empresas además tienen quejas y denuncias de esclavismo en sus cadenas de suministros y malos tratos a sus trabajadores, no terminaríamos. Tendremos que dejarlo, por lo pronto, para una próxima entrega.
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