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Alegorías y símbolos de la lengua mexicana

Sin forma ni fondo


@vmpenilla


Iván Vargas


Cómo eco del tema que abordó en este medio Pablo Camberos en su columna Papel y Tinta titulada “Imprecisión; ¡divina comunicación!”, me gustaría ahondar aún más en la particular forma que tiene el mexicano de adaptar y deformar el español hasta lo inaudito para crear un lenguaje único, lleno de alegorías, símbolos, dobles sentidos, humor picaresco y una suerte de agilidad innata para transformar el idioma.


“Tener calzones de bajo color en Pino Suárez”, que te inviten a “Tepiscoloyo el chico por unas cerbatanas bien helodias”, “a meterte de doctor” o que te digan que “se las Pérez Prado”, son referencias difíciles de entender para el extranjero, no importa incluso si este habla el mismo idioma. Un argentino, un uruguayo o un español difícilmente captarán el mensaje.


Igual que “Los mexicanos nacemos donde se nos da la rechingada gana” como diría Chavela Vargas, así también usamos el lenguaje. Mucho puede ser un montón, madrales, un chingo, un madrazo, un putero…, aquí es posible no tener madre, partirnos la madre, valer madre, oler a madres, estar a toda madre, estar hasta la madre, comprarnos cualquier madre o chingar a nuestra madre. Podemos salirnos para afuera o subirnos para arriba, hablar sin pelos en la lengua, entender que es "el ese de la desa" y cualquiera sabe lo que es "la espiroqueta de la chafaldrana".


A algunos “les truena la reversa desde escuincles”, a otros “les da el patatús o el soponcio” y “sienten ñañaras” cuando los políticos salen con qué “a Chuchita la bolsearon”, con que “matanga dijo la changa” pues “el que no tranza no avanza” y “nos agüitamos gacho en el chimeco rumbo al jale” por no poder “tapar el sol con un dedo”. Cuando alguien “ya no béisbol”, se compra “unas lentejuelas para vicentear más agustín la telera en su cantón”. Para ocultar algo, acudimos “a calle doce por avenida del silencio” y “sin Yolanda Maricarmen”, pues sabemos que “Nancy pasa”, continuamos “Felipes en busca de una Sor Juana”, “un quiñon” o “una milpa” con que cotorrear o “ponernos la del puebla” para una garnacha o un chesco. Sólo nos apachurramos cuando “vale Vergara” y “nos lleva la tiznada”.


Ejemplos claros de lo flexible que puede ser el mexicano con la lengua son Germán Valdez Tin Tan y Mario Moreno Cantinflas. El primero con frases como “es que usted no apaña el rhythm jefe, usted ya nació con el audífono muy durazno”, "llévatelo a dónde Querétaro las pirinolas”, “¿Cómo te válvulas?” o “Pues yo ya le teoriqué que yo Serafín lo que mentolatum menganancia”; el segundo con su característico cantinfleo en el que redunda hasta lo sublime con frases como “¡Ahí está el detalle! Que no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”, retrato del mexicano de a pie que sin dominio académico de la lengua se expresa como mejor le viene en gana, creando involuntariamente en este proceso palabras, frases e infinitas formas nuevas de utilizar el idioma.


En la música encontramos genialidades como “Chilanga banda”, compuesta por Jaime López en 1994, con sus ya conocidas octavas que abusan virtuosamente de las palabras con “ch” y un sin fin de términos usados y muchos de ellos acuñados en “la capirucha” por los chilangos del “defectuoso” como: chela, chupe, chafirete, tacuche, teporocho, talacha, choncho, choya, chemo, chundo, no manches.


José Agustín, Carlos Monsiváis o el análisis que hace Octavio Paz de algunas expresiones nuestras en El laberinto de la Soledad, son lecturas imprescindibles para ahondar en el uso que damos a la lengua. Paz habla de la enorme diferencia que existe entre la expresión “hijo de puta” que utilizan los españoles, a la expresión “hijo de la chingada”, que adaptamos los mexicanos. A la puta le pagan, es su trabajo; la chingada es aquella que directamente fue abusada, sutil pero reveladora diferencia.


Alfonso Reyes en su ensayo de 1921 “De la lengua vulgar” sugiere (y yo le creo) que el lenguaje tiene su origen en el pueblo, en la masa, no en los doctos. Éstos se encargan de intentar darle un orden con sus gramáticas y diccionarios, pero lo que el vulgo crea en el día a día es el lenguaje vivo, vigoroso y en movimiento. Cámara chamacos, “ahí los vidrios”, si algo no les quedó claro no se preocupen, “a la larga se acostumbran”.



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