Sin forma ni fondo
@zoku_nft
Iván Vargas
Resulta imposible definir las fronteras del arte, decir dónde empieza y dónde acaba, cuáles son sus límites o saber siquiera si los tiene. Este difuminado horizonte ha contribuido al nacimiento de “obras” que atentan contra la técnica hasta degradarla en algo etéreo, sin sustancia ni materia; lo digo literalmente y muy en serio, aunque suene a broma.
En su “contemporáneo y revolucionario” afán de voltear todo de cabeza, la vanguardia del siglo XXI (con obras como el plátano pegado con cinta adhesiva de Maurizio Cattelan, el perro de globo de Jeff Koons o los propios alaridos de Yoko Ono frente a un micrófono) proclama que hay que abandonar casi toda lógica académica para dar paso a obras “libres” en las que no importa la obra en sí, lo que importa es el discurso.
Citaré el ejemplo del italiano Salvatore Garau, que vendió “esculturas invisibles”, es decir, que no existen, en por lo menos 15 mil euros, estos sí muy reales, a través de la casa de subastas Art-Rite en el año 2021. Un verdadero atentado contra la razón pues un principio básico de la escultura, ¡su centro mismo!, es el dominio y manipulación de la materia para transmitir en tres dimensiones. Estas “piezas” parecen más un ejercicio mental para invitarnos a romper los moldes y los cánones establecidos, a imaginar las múltiples formas que podrían habitar ese espacio o bien, cualquier otra verborrea nasal, pero de ninguna manera podríamos afirmar que hablamos de esculturas.
El autor afirma qué lo que vende es “un vacío” que “está lleno de energía”. Bajo esa (boba e infra inteligente) premisa, ¿cómo podría asegurarnos que lo qué el comprador final verá en ese espacio no será un nigromante, una jirafa o una alcachofa y no una escultura? Además, siendo así, ¿por qué vale 15 mil euros?, cualquier persona es capaz de igualar esa “obra” sin mucha dificultad, basta escoger un espacio al azar y ponerle encima un discurso rimbombante o estrambótico para justificarlo. No importa lo “innovador” que pretenda ser el discurso que intenta sostener estás obras, siempre resultará insuficiente. El planteamiento es torpe, infantil y absurdo desde su origen.
También queda preguntarse qué sería de todas esas “esculturas” sin el texto que las acompaña, ninguna de ellas se justifica por sí misma, se revelarían como lo que en realidad son: nada. Por otra parte, las esculturas “reales” que Miguel Ángel esculpió en mármol comunican y transmiten expresiones, movimientos, tensiones, texturas, sentimientos, sin necesidad de ninguna explicación. Este marcado contraste nos permite ver claramente la diferencia entre una cosa y otra.
Hoy hablamos de este autor (¿artista?) para puntualizar este fenómeno, pero hay muchos otros nombres que podríamos citar, como Wilfredo Prieto que sacó a la venta un vaso con agua hasta la mitad por 20 mil euros en la edición 2015 de la feria ARCO en Madrid. No es, lamentablemente, un suceso aislado. En el hilo de esta delirante trama se llega al extremo de culpar de ignorante al espectador que no entiende este mensaje casi inteligible (por no decir inexistente) y se le tilda de retrógrado a todo aquel que se exprese abiertamente en contra de este tipo de “arte”.
El nuevo milenio nos ha encontrado en una fase de involución técnica en la que el discurso ampara, cobija y alienta la falta de talento. Esta visión snob y al mismo tiempo pobre de la estética y el arte no aporta nada nuevo, se pierde, como sus obras mismas, en lo etéreo, lo superficial y predecible.
El colmo del absurdo aparece nefasto y burlón cuándo al final del día el comprador llega a casa con un certificado que le garantiza que ahí, frente a él, hay una escultura. Hasta abajo, con letras diminutas, se lee entre miles de cláusulas de letras aún más pequeñas: si no logra ver lo que el artista describe, es culpa suya, recomendamos una educación más rigurosa.
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