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Muecas, Diablos... ¡Y Esculturas!

Foto del escritor: Iván VargasIván Vargas
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Franz Xaver Messerschmidt (1736-1783) vivió los últimos años de su vida atormentado por demonios y fantasmas que lo visitaban noche y día.


Esto no es una metáfora de los problemas cotidianos de este escultor alemán, es la realidad que percibía en estados de delirio que muchos ahora consideran síntomas evidentes de una grave esquizofrenia.




Para ahuyentarlos esculpió 69 'Bustos de caracteres'. Obras maestras del estudio anatómico, la proporción y la expresión facial a través de gesticulaciones exageradas en diferentes materiales (bronce, mármol y alabastro), argumentando que gracias a los gestos llevados hasta el límite de sus obras, lograba mantener a raya diablos y demonios.


Discípulo de Jacob Schletterer, se graduó de la Academia de Bellas Artes de Viena y se integró como escultor en la corte de María Teresa I de Austria. Sus primeras obras conocidas son precisamente un par de bustos de María Teresa y su marido Francisco de Lorena.


A partir del año 1770 algo parece haberse trastocado en su comportamiento, mostrando síntomas de paranoia y alucinaciones que lo llevaron a tener un comportamiento errático y estrafalario que no tardo en escandalizar a sus contemporáneos, quiénes reconocían su genio y maestría para esculpir, pero se reían abiertamente de su estrambótico comportamiento.



En 1774 solicitó el cargo de Profesor de la Academia luego de 5 años de dar clases, sin embargo, lejos de darle la plaza, terminó expulsado.


Algunos dicen que por envidias o porque la plaza estaba reservada para un familiar del entonces director de la institución, sin embargo lo más probable es que haya sido destituido por su comportamiento cada vez más estrafalario.


En una carta a María Teresa, la universidad elogia el talento de Franz, pero afirmaban que tenia “confusión en la cabeza”, siendo una mala imagen para la institución.



Esto propició que se retirará a Wiesensteig, su pueblo natal, donde recibe la invitación de la corte de Baviera en Munich, pero luego de un par de años sin ningún encargo, en 1777 decide trasladarse a Presburgo (actual Bratislava) donde su hermano Johann Adam Messerschmidt trabajaba también como escultor.


Con su salud mental cada vez más afectada por alucinaciones, se atrinchera en una pequeña cabaña para llevar una vida casi de ermitaño.


Se dice que solo tenía una cabra de la cual obtenía leche y, aunque se especula que su alimentación era precaria, volcó sus últimas fuerzas en esculpir día y noche durante los últimos seis años de su vida los bustos de carácter, tomando su propio rostro como modelo.


Para defenderse del diablo, los gestos en los rostros de sus obras lograron un realismo y expresión cada vez más agudos y pronunciados, delineando gesticulaciones tan vividas que parecen tener vida propia.


Los pocos visitantes que recibía salían sorprendidos de los macabros relatos que Messerschmidt les contaba de estas visitas infernales e incluso recibió ofertas por su colección pero no quiso vender una sola pieza, sin importar el monto que le ofrecieran.


Algunos afirman que a través de estas esculturas buscaba representar las 69 expresiones primitivas del ser humano, sin embargo es poco probable por los antecedentes y motivos que el mismo Messerschmidt daba para justificar sus obras.


Sea cual fuere el motivo que lo llevo a crearlas, lo cierto es que lego a la humanidad piezas dignas de admiración y de una maestría difícil de igualar.


Un testimonio de la genialidad que puede lograrse a través de la expresión en tres dimensiones y como, con una técnica excelsa, se puede capturar fielmente algo tan etéreo y abstracto como una emoción o un sentimiento.



 
 
 

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