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Obsolescencia Programada

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Seguramente has notado que muchos artículos de tus abuelos siguen funcionando sin problema, desde un rastrillo metálico de hojas reemplazables, hasta el refrigerador o el inmenso y pesado ropero de madera que algún familiar heredó de los abuelos.


Esta técnica de marketing fue la lógica del pasado, artículos utilitarios de larga duración que garantizarán alta calidad y componentes resistentes al tiempo y al uso.



Todo esto cambió con la creación del siniestro 'Cartel de Phoebus en 1924', compuesto por los mayores fabricantes de bombillas en el mundo como Osram, Philips o General Electric.


Notaron que sus ventas decrecían año con año por la larga duración de sus productos, que llegaron a registrar más de 2500 horas de vida útil.


De hecho, una de las bombillas más longevas y famosas es la llamada 'Bombilla Centenaria', ubicada en una estación de bomberos en Livermore, California, que ha estado encendida casi continuamente desde 1901 y sigue funcionando hoy en día, demostrando que es técnicamente posible fabricar bombillas con una vida útil extremadamente larga.



Sin embargo, para continuar con la fabricación frenética e ininterrumpida en pro de los siempre perseguidos dividendos del capital, los integrantes del cartel confabularon entre ellos para pactar una duración máxima de 1000 horas de vida útil en sus bombillas, forzando y garantizando un consumo cíclico, voraz, incesante.


Esta cuestionable práctica bautizada como 'Obsolescencia Programada', fue solo el preámbulo o germen de muchas otras para forzar el consumo de productos desechables y de baja calidad.



La industria automotriz por ejemplo fue de las primeras en seguir está tendencia. En sus inicios, Henry Ford afirmaba que su intención era que sus autos duraran toda la vida.


Sin embargo, con el paso del tiempo y poco a poco el pretexto para la compra paso a la diferente gama de colores que ofrecían sus autos, ofreciendo cada cierto tiempo colores nuevos para incentivar la compra, ya no por un sentido práctico o utilitario, sino estético.


Hoy en día son tan absurdas estás prácticas, que a mediados de año ya es posible comprar el modelo del año siguiente, un completo sin sentido en pro, otra vez, del consumo.



Lo mismo sucede con la moda y sus tendencias, un formato que orilla al usuario a comprar prendas sin freno si es que busca estar actualizado ya que estás cambian vertiginosamente, insinuando que las colecciones pasadas han quedado obsoletas o anticuadas.


Las inmensas y vergonzosas montañas de ropa en el desierto de Atacama en Chile, son lamentables testigos de esto, sin mencionar la contaminación, mano de obra infantil y sospechas de esclavitud en las cadenas de producción en estás industrias.


Los ejemplos son numerosos, sin embargo lo realmente alarmante es que como consumidores no cuestionemos estos aspectos.



Nos dejamos llevar por el consumo de cosas innecesarias y de baja funcionalidad por el mero hecho de comprar, de acumular o hacernos con objetos que satisfagan nuestras necesidades, muchas de ellas superfluas, banales o meramente innecesarias.


Un ejemplo infantil pero puntual, es que nada nos cuesta llevar bolsa al mercado pero, porque se nos olvida o de plano no queremos 'cargar', regresamos con media docena de bolsas de plástico que irán a parar a la basura.


También tenemos parte de responsabilidad en esta lamentable trama de la cual parece imposible salir. Un círculo vicioso que tiene como eje central la creación de capital y la fabricación y consumo de productos, no el bienestar de la gente.


El respeto y derecho a la dignidad humana subyugados a las necesidades de la industria, el capital por encima del ente social. ¿Qué dice eso de nosotros?

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